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Una banda de sonido para Malvinas -  Conferencias Cecilia Flachsland

Las Malvinas, formula el escritor Carlos Gamerro, le recuerdan al test de Rochard, esas manchas simétricas en las cuales el paciente puede reconocer las formas del delirio o del deseo, y el médico estudiar las de su locura. A lo largo de la historia los argentinos han “leído” las islas, como quien lee esas manchas, de forma múltiple y contradictoria.
Julio Cortázar en un cuento le hace decir a un personaje que son unas “islas de mierda, llenas de pingüinos”. Gamerro se atreve, en cambio, a afirmar que las Malvinas “son, junto con las manos de Perón, el rodete de Evita, la sonrisa de Gardel, y la melena de Maradona uno de los íconos nacionales”. 1 La izquierda, la derecha, los nacionalistas, los liberales, los militares, los civiles, los intelectuales, el hijo del vecino y los ex combatientes han dicho sus palabras sobre Malvinas como un modo de pronunciarse sobre la nación y la vida en común de los argentinos. La música popular a través de cantidad de canciones también se sumó a la batalla por el sentido de aquel territorio irredento.
De Atahualpa Yupanqui a Charly García y el heavy metal; del anticolonialismo a la ironía, el progresismo y el nacionalismo desencajado. Malvinas y Argentina son dos palabras hechas para la rima infantil, puestas una junto a otra tienen una musicalidad inmediata. En este artículo se revisarán algunas canciones que hablaron sobre esa yunta y se aventuraron a desafinar. Caetano Veloso escribe que la música popular es aquella que no subestima la sensibilidad del complejo mundo de los desamparados: “No se trata del populismo, que sustituye la aventura estética por la adulación de los desvalidos y bastardea las lenguas, sino del coraje de enfrentarse a la complejidad de la danza de las formas en la historia de la sociedad”. 2
Hablar de cultura popular acarrea una serie de problemas que no van a ser desarrollados aquí. Sin embargo puede señalarse que las miradas que se posan sobre esa forma de cultura fluctúan entre dos posiciones: el esencialismo que tiende a homogeneizar lo popular preestableciendo dónde empieza y dónde termina; y la mirada de aquellos que acentúan el carácter relacional de la cultura popular aceptando que está atravesada por otras lógicas –la massmediática, por ejemplo- y que debe ser estudiada en tanto práctica que se transforma. A pesar de este debate no saldado puede decirse que las canciones de la música popular permiten acceder a la contradictoria visión del mundo de los sectores oprimidos. Sus melodías y sus palabras son, como decía Antonio Gramsci, “documentos mutilados y contaminados” sobre la memoria de los pueblos, sus territorios, sus luchas, sus derrotas, sus claudicaciones.
La cantante Liliana Herrero, conocedora de las músicas argentinas, atrapó en un aforismo iluminador los diferentes modos en que el rock y el folklore se vinculan con la complejidad de lo popular. Escribió: “El rock es ingenuo pero fuerte; el folklore es astuto pero débil”. 3 El rock como cultura que se pretende siempre joven  -“iconoclasta” lo llama Eric Hobsbawm- es ingenuo en relación a la historia porque pretende presentarse como novedad más allá de la tradición. En ese impulso encuentra su poder transformador. El folklore, en cambio, conoce la historia, dialoga con la tradición, pero es débil a la hora de modificarla. Su tendencia es a tratarla como una obligación que debe ser perpetuada.
Para pensar la banda de sonido de Malvinas, nos detendremos en tres momentos de la música popular, recortados arbitrariamente y elegidos en función de su potencia para tratar con los modos de la astucia y la ingenuidad. Le pondremos el oído a algunos temas de la tradición folklórica y rockera que musicalizaron la disputa por aquel “ícono nacional” y se pronunciaron sobre la soberanía, la guerra, la dictadura, el abandono, la justicia.

1. Una causa nacional y popular
            La astucia del folklore, puesta de relieve por Liliana Herrero, aparece con nitidez en  La hermanita perdida, una letra compuesta por Atahualpa Yupanqui en 1971 y musicalizada por Ariel Ramírez en 1980. La escribió durante una gira, en una estadía en París: “Vino a verme un empresario inglés y me preguntó cuanto cobraba por dar cuatro [1]recitales en Inglaterra. Yo le respondí: ‘Las islas Malvinas’. Han pasado ya tres años y el hombre no ha contestado aún... De muchacho ya me preocupaba el asunto de las Malvinas pero lo tomaba como noticia de la historia de Grosso; de grande fue distinto cuando comprendí lo que es el despojo: que Inglaterra, con toda su cultura, sus Ordenes y sus Caballeros, es verdaderamente un ave rapaz. Puede estar seguro que yo no cantaré en ese país, mientras no nos devuelvan nuestras islas”.4


A lo largo de su obra Yupanqui ha pensado con sutileza la complejidad que encierra la pertenencia a una “cultura nacional”. Su propio nombre es una reflexión al respecto. Fue bautizado como Héctor por el personaje griego de la Ilíada, pero lo dejó de lado -al igual que a su apellido paterno, Chavero- para rebautizarse con los nombres de los dos últimos caciques indígenas: Atahualpa, que quiere decir en quechua “venir de tierras lejanas” y Yupanqui que significa “para decir, para contar”. Su obra está tensionada por estos cruces: Nietzsche y el silencio de los hombres de campo, Edith Piaff y el plebeyismo criollo, la civilización y la barbarie.
            En la letra que nos ocupa, el autor relega parte de esas tensiones. La búsqueda poética cede en pos de la postura militante. El aire de milonga aportado por Ramírez años después la vuelve aún más tradicionalista. Malvinas se construye sin más como una causa nacional y popular. La letra está marcada por un discurso antiimperialista dicho con cierta candidez de poética escolar. Inglaterra aparece nombrada como “rubio tiempo pirata”. Según Norberto Galasso, autor de una biografía sobre el músico, su antibritanismo tiene sus orígenes en sus simpatías yrigoyenistas y terminó de forjarse con su paso por el Partido Comunista.
Para el autor de El arriero el hombre “es tierra que anda”. Solía decir que así como los franceses eran analfabetos del mundo y eruditos de Francia, los argentinos eran eruditos del mundo y analfabetos de las cosas del país. En La hermanita perdida vuelve sobre este punto. Para Atahualpa el hombre debe traducir la tierra porque ésta encierra el alma de las cosas. De ahí que la canción personifique al territorio: las islas son hermanitas, la Patagonia las suspira y La Pampa las llama.
La canción dialoga con sustratos antiguos de la tradición argentina, difíciles de ser pensados en el presente después de la dictadura, la experiencia de la guerra y el proceso de desmalvinización. Entre ellos, se ha señalado, el espíritu antibritánico y la ilusión de traducir el espíritu de la tierra para fundar una cultura nacional. En su notable libro ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda, Rosana Guber se pregunta cómo se construyó el símbolo Malvinas entre 1833, cuando las islas fueron ocupadas por Gran Bretaña, y el momento de la guerra ¿Qué discursos acompañaron las demandas por la soberanía que los sucesivos gobiernos argentinos hicieron frente a sus pares ingleses y ante los organismos internacionales? El recorrido que realiza la autora deja en claro que, a diferencia de lo que suele creerse, no fueron solamente la escuela y el nacionalismo doctrinario de derecha los responsables de convertir a Malvinas en una causa “nacional y popular”. La hermanita perdida forma parte de esa construcción cimentada en nombres tales como el Gaucho Rivero, Paul Groussac, los historiadores revisionistas Irazusta, el socialista Alfredo Palacios y los jóvenes peronistas del Operativo Cóndor, entre otros.
Guber menciona sólo al pasar el tema de Yupanqui pero se ocupa de señalar el parentesco entre “la hermanita perdida” y el modo en que el diputado Palacios se había referido a las islas en 1934 cuando apoyó un proyecto de ley que pedía la traducción al castellano del texto Les Iles Malouines, escrito por Paul Groussac, para distribuirlo en colegios, bibliotecas populares e instituciones extranjeras. Palacios recordaba siempre que los ingleses se habían referido a las Malvinas como “islas miserables” porque no ofrecían beneficios económicos y costaban a Inglaterra miles de libras. El desprecio inglés era transformado por Palacios en bandera: las islas, argumentaba, eran tan miserables como el pueblo argentino. Solía compararlas con el desamparo de los niños y las madres solteras. Difundir los derechos argentinos en las islas era un modo de defender los del pueblo y la Nación que en clave de Palacios se definía a través del honor y la dignidad.
 Hermanitas perdidas, islas miserables: modos de nombrar el territorio de un país cuya historia se escribió en clave de pérdida más que de conquista. Escribe Guber: “¿Por qué las islas Malvinas pudieron convertirse en símbolo de la continuidad de la Nación? Precisamente porque su poder metafórico no sólo residió en haber sido ocupadas por el ‘gigante’ imperial; además, y fundamentalmente, al pertenecer sólo idealmente al dominio argentino, las islas no participaron de los tramos más amargos de su fragmentada historia, preservaron entonces su capacidad de encarnar la ‘plena argentinidad’ mucho más que cualquier otro símbolo que, dentro del continente, hubiera caído en el fuego cruzado de los enemigos”.5

RECUADRO
La hermanita perdida. Atahualpa Yupanqui, 1971.
De la mañana a la noche
de la noche a la mañana
en grandes olas azules
y encajes de espumas blancas
te va llegando el saludo
permanente de la Patria.
Ay, hermanita perdida
hermanita: vuelve a casa...
Amarillentos papeles
te pintan con otra laya
pero son veinte millones
que te llamamos: hermana...
Sobre las aguas australes
planean gaviotas blancas
dura piedra enternecida
por la sagrada esperanza
¡Ay, hermanita perdida!
Hermanita: vuelve a casa
Malvinas tierra cautiva
de un rubio tiempo pirata.
Patagonia te suspira.
Toda la pampa te llama.
Seguirán las mil banderas
del mar, azules y blancas.
Pero queremos ver otra sobre tu piedra clavada.
Para llenarte de criollos.
Para cubrirte la cara.
Hasta que logres el gesto
tradicional de la Patria.
¡Ay, hermanita perdida!
Hermanita: ¡vuelve a casa!
2. “Las cosas ya no son como las ves”
            Hasta 1982, aunque no sin problemas, podía defenderse la idea de que Malvinas era una causa nacional y popular. Si, tal como hemos visto, existía un entramado cultural que se había pronunciado sobre Malvinas como un modo de hacerlo sobre la patria, la guerra ocurrida durante un período de terrorismo de Estado, caracterizado por la represión sistemática, la desaparición de personas y el desastre económico, dinamitó la idea de lo nacional y mostró que de ella sólo quedaban despojos.
            Charly García capturó ese clima de época y lo usó para nombrar un disco. Si Yupanqui pedía que las islas usurpadas volvieran a formar parte de la patria, a la que llamaba “casa”, García advierte que ese refugio, después de la experiencia de la dictadura, había sido dinamitado. Y lo que quedaba eran espacios privados en los que sólo se podía ir “de la cama al living”.
            A principios de 1982, el rockero había empezado a grabar la música para la película Pubis Angelical. Cuando se enteró del desembarco argentino en Malvinas, compuso de un tirón Yendo de la cama al living y editó los dos materiales juntos.
La mayoría de las canciones se refieren al conflicto desde un registro irónico y desencantado. El viraje también es musical. García se entusiasma con la batería electrónica –novedad técnica que afecta los modos de composición dentro del rock- y simplifica la forma de la canción, “fue por mi hijo Miguel que insistía que en mis canciones cambiaba demasiado de ritmo y él se perdía”. 6
En su debut solista, el rockero sospecha que, junto con los ideales setentistas, se acabó definitivamente la posibilidad de cualquier discurso pedagógico. Tampoco le alcanza el camino que él mismo había transitado en Serú Girán, donde mandaba mensajes críticos cifrados, por ejemplo en Canción de Alicia en el país. Su apuesta en este nuevo disco, el reverso de sólo le pido a Dios de León Gieco, sobresale en No bombardeen Buenos Aires, donde dice: “no bombardeen Buenos Aires, no nos podemos defender, los pibes de mi barrio se escondieron en los caños, espían al cielo, usan cascos, curten mambos escuchando a Clash, escuchando a Clash -¡Sandinista!”.7
            En otro tema, Peluca telefónica, donde zapa con Pedro Aznar y Luis Alberto Spinetta, elige parodiar la letra de “La Balsa” –tema fundador del rock argentino- para anunciar que  el sueño terminó: “Estoy viviendo aquí en este mundo abandonado, ¿te alcanza la renta? No, ¿a quién?”. En Canción de 2 por 3 insiste con la misma idea: “yo no quiero vivir así, repitiendo las agonías del pasado con los hermanos de mi niñez. Es muy duro sobrevivir y aunque el tiempo ya nos ha vuelto desconfiados tenemos algo para decir: no es la misma canción de 2 por 3, las cosas ya no son como las ves”.
      La mirada que García tiene sobre la guerra de Malvinas está en sintonía con la que Néstor Perlongher desarrolló a la par del conflicto en el artículo “Todo el poder a Lady Di”: “En medio de tanta insensatez, la salida más elegante es el humor: si Borges recomendó ceder las islas a Bolivia y dotarla así de una salida al mar, podría también proclamarse: todo el poder a Lady Di o El Vaticano a las Malvinas para que la ridiculez del poder que un coro de suicidas legitima, quede al descubierto. Como propuso alguien con sensatez, antes que defender la ocupación de las Malvinas, habría que postular la desocupación de la Argentina por parte del autodenominado Ejército Argentino”. 8
            La ironía de García –señalada por algunos como complacencia cínica postsetenta 6- tiene sus matices, el disco tiene algún atisbo esperanzador (“mama la libertad, siempre la llevarás dentro del corazón”), ansias de fiesta (“la alegría no es solo brasilera”) y mucho de oscuridad: Yendo de la cama al living es la obra de un tipo encerrado en una ciudad sitiada que descree de los motivos de la guerra y que ve enemigos por todos lados. El pensamiento de García es paranoico (en varias entrevistas insistirá en que “a los paranoicos también nos persiguen”). En este punto, sus letras advierten algo acerca de la subjetividad contemporánea que todo lo teme porque desconoce cuál es el origen de las balas. Si bien está hablando de una guerra librada en el sentido clásico, una de las últimas batallas del siglo XX, anticipa la angustia del hombre posmoderno: “Estoy temiendo a un rubio ahora/ No sé a quién temeré después/ Terror y desconfianza por los juegos/ por las transas, por las canas, por las panzas, por las ansias por las rancias cunas de poder, cunas de poder/ ¡Margarita!”.
En tanto anticipo de lo que vendrá –tal el nombre de una película de Gustavo Mosquera en la que actuó García- el disco conecta con Los Pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea, la novela que Rodolfo Fogwill escribió de un tirón entre el 11 y el 17 de junio de 1982, a la par de la rendición argentina. El autor imagina una comunidad de desertores que prefiere negociar su supervivencia con los ingleses a ponerse en manos de los militares argentinos. Los pichiciegos, así se llaman los desertores, viven bajo tierra, escondidos y libran “otra” guerra, la del “sálvese quien pueda”. Tienen pocos recursos y deben sobrevivir: negocian entre ellos, pichulean, intercambian cigarrillos por azúcar, especulan sobre quién va a aguantar y quién no, calculan quién sobra en función de las provisiones. Sus vidas están desprovistas de todo heroísmo, tienen apenas más sentido que la de los animalitos santiagüeños que les dieron el nombre. 9
El disco de García, al igual que Los Pichiciegos, puede leerse como una bisagra entre la dictadura y las lógicas de mercados neoliberales. Entonces, si Yupanqui componía sobre Malvinas como una excusa para pronunciarse sobre la patria, García presiente que de lo común sólo quedan ruinas. Si Yupanqui dispara contra el colonialismo, García intuye que los enemigos están por todos lados. Si Yupanqui advierte sobre los peligros de ser analfabeto en los asuntos de la propia tierra, García considera que a fines del siglo XX “quien no sabe las canciones de los Beatles es un analfabeto”.
Dicho esto puede parecer que La hermanita perdida es un verso escolar comparada con el desparpajo de No bombardeen Buenos Aires. Sin embargo, retomando el aforismo de Herrero, podemos en este punto señalar una paradoja. Yupanqui compone con ingenuidad pero es astuto en relación a la historia: entiende que Malvinas dialoga con legados muy antiguos de la cultura nacional y se reconoce parte de ellos. García compone con astucia pero es ingenuo en relación a la historia, cree que puede sacársela de encima con su mera voluntad y parece olvidar que también a él puede asaltarlo en el futuro.

RECUADRO
No bombardeen Buenos Aires. Charly García, 1982.
No bombardeen Buenos Aires,
no nos podemos defender,
los pibes de mi barrio
se escondieron en los caños,
espían al cielo, usan cascos,
curten mambos escuchando a Clash,
escuchando a Clash -¡Sandinista!
Estoy temiendo a un rubio ahora,
no sé a quién temeré después,
terror y desconfianza por los juegos,
por las transas, por las canas,
por las panzas, por las ansias
por las rancias cunas de poder,
cunas de poder -¡Margarita!
Si querés escucharé a la BBC,
aunque quieras que lo hagamos de noche,
y si querés darme un beso alguna vez
es posible que me suba a tu coche
¡Pero no bombardeen Buenos Aires!
(Ay, tengo miedo y estoy en casa
y no quiero salir porque me van
a tirar una bomba)
No quiero el mundo de Cinzano
no tengo que perder la fe
quiero treparte pero no pasaba nada
ni siquiera puedo comerme un bife
y sentirme bien, sentirme bien,
¡tengo hambre, tengo miedo!
Los ghurkas siguen avanzando
los viejos siguen en TV,
los jefes de los chicos
toman whisky con los ricos
mientras los obreros
hacen masa en la plaza
como aquella vez.
Si querés escucharé a la BBC,
aunque quieras que lo hagamos de noche,
y si querés darme un beso alguna vez
es posible que me suba a tu coche
¡Pero no bombardeen Barrio Norte!

3. Aguante la patria
            El tercer momento seleccionado para repasar las representaciones musicales sobre Malvinas está ligado a cómo fueron tematizadas la posguerra y la desmalvinización. La canción elegida, El Visitante, del grupo Almafuerte fue compuesta en 1999 para la película que lleva el mismo nombre dirigida por Javier Olivera. 8 Al igual que otras del género metálico apuesta a darle voz a los ex combatientes y se pregunta sobre las otras guerras que empezaron una vez finalizada la del ‘82. Sostiene en la letra del tema: “fui elegido para cantarte/ por quienes quieren olvido restarte/ grave, pesada más no inconciente/ yo te lo mando ex combatiente”.
Si durante los ochenta se había cantado sobre Malvinas desde la ironía –Charly García y Virus- y el progresismo –León Gieco, Alejandro Lerner, Raúl Porchetto- durante los noventa, la presencia de Malvinas en la música juvenil está atada al heavy metal y al llamado “rock chabón”9. Es decir: ya no son las clases medias las que le cantan sino las clases populares de la Argentina de la exclusión. No estamos frente al sujeto popular que imaginaba Yupanqui, ese hombre de tierra adentro al que llama escuchado que “tiene muchos silencios y que se maneja con 200 ideas y 20 palabras”; sino frente a lo que el Indio Solari llamó “los desangelados”, personas que viven a la intemperie, sin el amparo de las viejas instituciones modernas –Estado, trabajo, escuela, familia-, ancladas en barrios que se vieron transformados por la miseria, la desocupación, la delincuencia, el tráfico y el consumo de drogas.
 “Me interesa hacer lo mismo que los yankees hicieron con Vietnam. Allá los cagaron a tiros pero ellos te filman películas onda Rambo y se sienten orgullosos de sus héroes. Por otro lado, a veces pienso que los pobres correntinos que viajaron a Malvinas a puro huevo se cargaron unos cuantos. Me los imagino tirando y festejando como si hubieran metido un gol” 10, dice Gustavo Zabala, guitarrista de Tren Loco, banda de heavy metal oriunda de San Miguel con varios temas dedicados a Malvinas.
El nacionalismo pregonado por Zabala es una novedad en el rock argentino que en sus orígenes aspiraba a ser la banda de sonido de los jóvenes del mundo y repudiaba las fronteras y las naciones, al tiempo que cuestionaba los mecanismos de disciplinamiento burgués pero no en nombre de los trabajadores sino de una bohemia ciudadana. Los géneros duros nunca simpatizaron con ese imaginario por considerarlo “blando” y “careta”. En 1983 en el tema Brigadas metálicas el grupo V8, banda pionera del heavy local, disparaba contra ese ideario: “Los que están podridos de aguantar/ el llanto de los que quieren la paz/ los que están hartos de ver/ las caras que marcan el ayer/ vengan todos/ aquí hay un lugar/ junto a las brigadas del metal/ basta ya de signos de la paz/ basta de cargar con el morral”.
La incorrección política de estas formas de pensar la patria se exacerban en la figura de Ricardo Iorio, suerte de prócer heavy, ex integrante de V8 y actual líder de Almafuerte. Le gusta definirse como “un hombre que va a extremos” y suele decir que el rockero se va de boca porque “primero habla y después piensa”. Interrogado sobre sus preferencias nacionales elige a José Larralde como su influencia más grande “porque habla de la nación –aún sin decirlo directamente- de una forma muy poderosa. Sus letras son grandiosas porque están hechas para gente que no sabe leer ni escribir. Por ejemplo: si nosotros vamos por la ruta y vemos carteles publicitarios de Paladini o Resero Blanco, no podemos dejar de leerlos, ahora, si vas en la ruta con un tipo analfabeto y le preguntás qué dice ahí, te responde: fiambre, vino. Una gran diferencia con el que lee las marcas. Las letras de Larralde son fundamentales para los que no saben leer porque les describen la realidad y les ofrecen una comprensión de esa realidad misma” 11.
Hay cantidad de anécdotas sobre los excesos de este payador metálico. Una de las más difíciles de digerir es la que cuenta que en sus conciertos antes de tocar el tema El Visitante dice: “Loco, voy a cantar un tema sobre Malvinas, nadie le da bola a los pibes de Malvinas. En este país para que te den bola, tenés que ser hijo de desaparecidos”.
La frase, incómoda por donde se la mire, está equivocada en su forma de tener razón.  Federico Lorenz con modos más razonables, parece explicar el origen del resentimiento de Iorio en su libro Las guerras por Malvinas:  “En relación con otros campos de estudio de la historia reciente, las reflexiones sobre la guerra de 1982 siguen ancladas en el contexto de los ochenta, pero ni el discurso radical, ni el victimizador, ni el patriótico son suficientes para entenderla. Si los desaparecidos están recobrando el rostro humano y político que tuvieron, no podemos decir lo mismo de quienes combatieron en las islas por una causa que consideraron legítima, al igual que miles de compatriotas. La guerra y sus protagonistas oscilan entre dos extremos inaccesibles a la discusión: el limbo de las víctimas, o el Panteón atemporal de los héroes y mártires de la Patria. En la década del ochenta, las agrupaciones de ex combatientes buscaron salir de la trampa de la ‘causa legítima en manos espurias’ inscribiendo su experiencia de guerra en la lucha por un país mejor, en el encuentro fraternal con otros explotados, marginados y perseguidos. En ese sentido, Malvinas fue, en una situación concreta y que no tuvo que ver con la guerra sino con sus consecuencias, una oportunidad para pensar un proyecto de país. Acaso ése sea su principal potencial simbólico: constituir, por lo que significa y no por su materialidad, un espacio de vinculación”.12         La canción de Almafuerte y la película se preguntan qué pasa cuando ese espacio de vinculación no existe. El Visitante es una película de fantasmas, de personas que no pueden establecer lazos entre ellas. Sus protagonistas no están ni vivos ni muertos, actúan como zombis. Uno de ellos, Pedro, el ex combatiente devenido en taxista, está vivo pero se comporta como un “alma en pena” y Raúl, el otro, el soldado que cayó en combate, está muerto pero vuelve de visita para saldar deudas pendientes. Así lo retrata la canción: “Apocalipsis del sustento interior/ andar sin encontrarle alivio al tormento/ desesperante, mórbida aflicción/ del visitante y su castigo”.
Así como en las canciones de los géneros duros se critica lo existente en nombre de los trabajadores excluidos y no de la bohemia antisistema, para hablar de Malvinas no se recurre ni a una retórica victimista ni a un discurso antibélico ni a la paranoia sino
a los resabios del discurso nacionalista. La patria para estas canciones metálicas no es, cómo decían los anarquistas, el último refugio de los bandidos sino el último refugio de los desangelados frente a las lógicas del mercado.

Recuadro
El visitante, Almafuerte, 1999.
Olvidar
yo sé bien que no podés
como la sociedad olvida
que fuiste obligado a marchar,
en su defensa.
Recordando el mal momento
atrincherado en tu habitación;
soledad, humo y penumbras
despertares de ultratumba.
Apocalipsis del sustento interior
andar sin encontrarle alivio al tormento
desesperante, mórbida aflicción
del visitante y su castigo.
Fui elegido, para cantarte
por quienes quieren olvido restarte
grave pesado más no inconsciente
yo te lo mando ex combatiente.
Grave pesado más no inconsciente
yo te lo mando ex combatiente.
Para vos.
Apocalipsis del sustento interior
andar sin encontrarle alivio al tormento
desesperante, mórbida aflicción
del visitante y su castigo.
Fui elegido, para cantarte
por quienes quieren olvido restarte
grave pesado más no inconsciente
yo te lo mando ex combatiente.
Grave pesado más no inconsciente
yo te lo mando ex combatiente.
Para vos.

Yupanqui llama con un lamento a la hermanita perdida soñando con una patria nacional y popular; García, ante la disolución de lo común, empuña la ironía como última posibilidad de seguir hablando (en los noventa, además de proclamarse intendente del Alto Palermo, proponía con tono burlón “alambrar su barrio”); y Almafuerte, desde las fronteras del barrio, apela a un discurso nacional que se parece más al grito de guerra de una tribu que a la posibilidad de refundar la patria.
Malvinas y Argentina ya no tienen la musicalidad de la rima perfecta. Tal vez las nuevas canciones dedicadas a las islas tendrán que tener tanto astucia como fuerza. Astucia para reactualizar los viejos legados culturales y políticos y fuerza para no ceder a la reivindicación apresurada y aceptar la complejidad que encierra el enunciado “las Malvinas son argentinas”.

Cecilia Flachsland

RECUADRO (esto es aparte de mi nota, forma parte de las páginas generales del dossier)

El festival de la solidaridad latinoamericana: ¿complicidad o ingenuidad?

Si es posible construir un debate imaginario sobre Malvinas a partir de algunas canciones compuestas dentro de la música popular, hay un hecho puntual donde ese debate se exaspera: el Festival de la Solidaridad Latinoamericana realizado el 16 de mayo de 1982 en el estadio de Obras Sanitarias con los objetivos de exigir la paz en las islas Malvinas, recaudar víveres y ropas para los combatientes y agradecer la solidaridad de los países latinoamericanos. Alrededor de sesenta mil personas, la mayoría jóvenes, concurrieron al recital que fue transmitido por televisión, algo insólito para una música que no sonaba habitualmente en los medios masivos y que, a partir de la guerra y de la prohibición de pasar música en inglés, se transformó en la banda de sonido de la guerra.
 Fue organizado por los productores Pity Yñurigarro, Alberto Ohanian y Daniel Grinbank, Convocó a buena parte de la escena musical rockera: Charly García, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Litto Nebbia, Nito Mestre, David Lebón, Rubén Rada, Raúl Porchetto, Pappo, Antonio Tarrago Ros, Miguel Cantilo, Tantor, Edelmiro Molinari, Ricardo Soulé, Javier Martinez, Dulces 16 y Beto Satragni, entre otros.
Con el paso del tiempo, los músicos que participaron del festival y otros que se negaron a hacerlo por considerarlo cómplice del accionar de la Junta Militar  polemizaron acerca de las implicancias de aquel evento. Aquí se reproducen algunas de esas opiniones.

- León Gieco
“Lo del Festival de la Solidaridad fue un invento de los managers del rock para hacer algo con el tema. Todo el mundo estaba participando pero el rock no quería formar parte del circo que fue lo de la guerra. Hasta que en un momento se decidió que había que aportar, pero no desde el triunfalismo sino desde la paz. Al menos esa era mi posición. Me llamaron para cantar Sólo le pido a Dios, un tema que los colimbas cantaban en las Malvinas, y solamente por eso fui. Pero me sentí muy mal, es el único recuerdo que tengo. No me acuerdo de los detalles ni de los otros músicos ni de la gente que fue. Solamente me acuerdo de una sensación horrible y de los pibes de 18 años. Por lo demás, siempre me importó un carajo el tema del nacionalismo planteado en estos términos o la preocupación por dos islitas de mierda perdidas en el mar. Lo único en lo que pensaba mientras cantaba Sólo le pido a Dios era en los pibes que estaban pasando hambre y frío sin posibilidades de hacer nada. Cuando terminó la guerra y supe que la comida no les llegaba, que los torturaron por robar un poco de comida o que los chocolates que la gente donaba en Buenos Aires aparecían en kioscos de Rosario confirmé todo lo que sospeché en ese momento. Me di cuenta que los militares argentinos no sirven para nada, ni siquiera para la guerra. Y que la única vez que consiguieron un triunfo, por así decirlo, fue cuando torturaron y mataron a los indefensos, a los que no tenían más armas que la palabra o las ideas: los desaparecidos”.
(Finkelstein, Oscar, León Gieco Crónica de un sueño de Oscar Finkelstein, AC Editora, Buenos Aires, 1994).

- Julio Moura (Virus)
“Creo que fue una propuesta a todos los grupos en general, que nosotros sentimos como muy desagradable. No tenía nada que ver con nada, de repente éramos enemigos de los Beatles. Se trató de hacernos creer que era para ayudar a la recuperación de las Malvinas, pero terminó siendo un fraude. Nosotros queríamos que se terminara la guerra, que no tenía sentido más allá de que creyéramos que las islas son argentinas. Mandar a los chicos allá y subirte a un escenario para especular, era horroroso... Lamentablemente, el momento no dio para decir todo esto porque si decías algo te daban un palazo en la cabeza. Era todo muy confuso: uno también pensaba que a lo mejor los chicos podían zafar y sacarlos a la mierda a los ingleses, y tampoco éramos tan consciente como ahora de lo que pasaba. Lo mejor que pudo pasar es que se terminara la guerra. Pero entiendo que a más de uno le vino bien aquel festival porque no tocaba ni en la cocina de su casa, y cuando les ofrecieron tocar se transformaron en los ‘héroes de Malvinas’”.
(Sánchez Fernando y Riera Daniel, Virus un generación de Fernando Sánchez y Daniel Riera, Sudamericana, Buenos Aires, 1994)

- Daniel Grinbank, uno de los organizadores, productor y empresario de rock.
“El de Malvinas, contrario a lo que se supone fue un festival pacifista. Ningún músico habló de soberanía ni de imperialismo. Yo sabía que querían utilizarlo, y sabía lo que podía ganar y lo que podía perder. Pero acceder a la Cadena Nacional diciendo `Algo de paz´ en plena euforia belicista me pareció muy valioso”.
(Sánchez Fernando y Riera Daniel, Virus un generación de Fernando Sánchez y Daniel Riera, Sudamericana, Buenos Aires, 1994)

- Alfredo Rosso, periodista
 “Es erróneo adjudicarle al rock una situación de pre-claridad que en realidad no tiene o que puede tener alguno, pero no todos. Federico Moura manejaba un criterio político y tenía una actitud personal bastante más clara que el resto. La sola idea de subirse a ese escenario le pareció en contra de sus ideales. Yo estuve en el escenario la mayor parte del tiempo y no vi a un solo grupo hablando en pro de la guerra o que tratase de alguna manera de dar un discurso ambiguo. Todos los que subieron a tocar abogaban porque se terminara la guerra cuanto antes. Hubo una manipulación en la transmisión que pretendió colocar a los artistas en el lado de la colaboración. Todo el mundo estaba desconcertado. Acá todavía no se sabía con certeza la enormidad del genocidio que recién se conoció con la publicación del libro Nunca Más en el 84. Se sabía que había pasado algo pero se  ignoraba la magnitud. Y, por otro lado, no se tenía todavía conocimiento de lo que realmente estaba pasando con nuestros soldados en Malvinas. El concierto organizado por Daniel Grinbank, Pity Iñurigarro y Alberto Ohanian no repartió cachets y a nadie específicamente, le pidieron que colabore con algún fin aparte de mostrar a los grupos tratando de hacer algo en pro de la paz y ninguno especuló con sacar algún tipo de ventajas para sus carreras. Y tampoco existió algún llamado de la superioridad diciendo que el que no actuaba estaba listo o algo parecido. Fue una de las pocas veces que hubo algo unánime, porque si quisiéramos juntar a todos esos artistas para alguna otra cosa sería imposible (...) Este concierto ocurrió cuando todos estos músicos no tenían la menor oportunidad de llegar a la gente en forma masiva. El rock no actuó como un cuerpo colegiado; la única coincidencia que flotaba en el aire era que la situación era un bajón”.
(Cavanna, Esteban, El punk en Argentina y la historia de Los Violadores, Interpress Ediciones, Buenos Aires, 2001)

- Piltrafa, cantante de Los Violadores
- “Si el rock es rebelde ahí nadie se rebeló: levantaron la alfombra y metieron la basura abajo. Salvo Spinetta, que se sintió usado, ninguno fue capaz de una autocrítica. Ese festival de tan fraternal se volvió fraticida (…) Con respecto a Malvinas creo que primero tenemos que tener un territorio que se digno para nosotros. No sabemos bien qué pasó en la historia porque cada uno cuenta su campana. No creo que debamos anexar territorio, aunque sean propios, si todavía no sabemos manejar los nuestros. El día que seamos un país mejor las Malvinas –dos islotes- van a poner unos remos y se van a acercar al continente”.
(Cavanna, Esteban, El punk en Argentina y la historia de Los Violadores, Interpress Ediciones, Buenos Aires, 2001)



1  Gamerro, Carlos, “14 de junio, 1982, tras un manto de neblina”, en el diario Página/12, 16 de junio 2002.

2 Veloso, Caetano, Verdad tropical. Música y revolución en Brasil, Ed. Salamandra, Barcelona, 2004. Pág. 432.
3 Herrero, Liliana, revista La Grieta Nº 6.
4 Galasso, Norberto, El canto de la patria profunda, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1996, p. 157.



5 Guber, Rosana, ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2001, p. 165.
6 Grinberg, Miguel, Cómo vino la mano, Distal, Buenos Aires, 1993.
7 El disco fue presentado en el estadio de Ferro en diciembre de 1982 ante 25.000 personas. La escenografía que simulaba ser una ciudad fue destruida mientras sonaba “No bombardeen Buenos Aires”.
8  Perlongher, Néstor, revista feminista Persona Nº 12, 1982, citado en Prosa Plebeya. Ensayos 1980-1992, Puñaladas, ensayos de punta, Colihue, Buenos Aires, 1997.
6  En la revista Plan B, Gustavo Alvarez Nuñez escribió una nota titulada “¿Por qué no hay desaparecidos en el rock?” en la que pone en cuestión la idea de que el rock fue un espacio de resistencia durante la última dictadura militar. En el centro de su cuestionamiento está la figura de Charly García y sus intentos de ejercer la crítica a través de mensajes cifrados. Escribe: “De vuelta a la frase de García: ‘En vez de pelearnos entre nosotros y haberle chupado las medias a la dictadura teníamos que habernos juntado cuando lo que pasaba era una cosa pesada como la dictadura’. Si los rockeros se juntaron fue para el festival solidario por los chicos de Malvinas. Pero conociendo el prontuario posterior de muchos de los involucrados no es difícil intuir cuánto de oportunismo y sed de gloría esculpía los trazos del rockero medio”.

8 La película El Visitante se filmó durante 1998 y se estrenó en 1999. La historia se centra en la vida de Pedro, un ex combatiente quien, además de perder una de sus manos durante la guerra, sufrió la muerte de uno de sus grandes amigos. El protagonista, interpretado por Julio Chávez, tiene 36 años, trabaja de taxista y vive acosado por los fantasmas del pasado. Raúl, su compañero muerto en combate, es el “visitante”, quien anuncia su aparición a través de un objeto que lo identifica –un cortaplumas- para después aparecer él mismo, vestido de soldado y eternamente joven. Viene a formularle a Pedro un extraño pedido: su cuerpo. ¿Para qué? Para tener una experiencia sexual debido a que en las islas murió virgen.

9 Trazar las diferencias entre el heavy metal y el llamado “rock chabón” merecería un artículo aparte. Para lo que nos ocupa nos sirve, en cambio, pensar lo que tienen en común: son estilos musicales que organizan las prácticas culturales de una clase social, los jóvenes de los sectores populares. Ambos apelan a un discurso nacionalista y ponderan eso que llaman el “aguante”, aunque el rock chabón lo vincule al fútbol y el heavy a la condición misma de ser metalero. El heavy disputa los gustos musicales suburbanos desde los ochenta mientras que el “rock chabón” surge con la fractura económica y cultural de los noventa. El heavy es más extremo, tanto en lo musical como en sus postulados ideológicos. No admite convivencia con géneros como la cumbia, es más cerrado y su estética es bien dura, no salen del color negro. Su fuerza, justamente, radica en este fundamentalismo. Como gustan decir sus seguidores: “no es una música que les guste a las tías”. A diferencia de lo que ocurre con ciertos temas del rock chabón que se convierten en hits radiales, los temas metálicos sólo pueden ser escuchados por quienes gusten de esa música, los otros los considerarán “un batifondo”.
10 Entrevista con la autora, año 2006.
11 Revista El Biombo, abril de 1997.
12 Lorenz, Federico G., Las guerras por Malvinas, Edhasa, Buenos Aires, 2006, p. 327.
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Mutilaciones

Los combatientes de Malvinas en la memoria nacional

 Federico Guillermo Lorenz

·      En El Ojo Mocho, Nª 20, invierno/ primavera 2006, pp. 45-50.
 
Y quien ante este diálogo diga que el pueblo está perdido no sabe lo que pasa, es ya tiempo de decir que el pueblo vive lejos, no le llegan noticias, o no las entiende, sólo él sabe lo que le cuesta mantenerse vivo.
José Saramago, Levantado del suelo.

La historia aparecía recurrentemente en mis entrevistas con veteranos de la guerra de Malvinas, a mediados de los noventa. Emerge hoy, al volver a escucharlas, y también en numerosas conversaciones sobre la guerra en Buenos Aires, en Río Gallegos, en Catamarca: Al finalizar la guerra, un soldado que había quedado mutilado llamó desde el cuartel a su casa. Sin dar a conocer su estado, le pidió permiso a la mamá para llevar a un supuesto compañero en ese mismo estado a su casa, pero la madre le dijo que no. Las versiones aquí cambian; algunos cuentan que el soldado sólo cortó. Otras, que dijo “Es que en realidad soy yo, mamá. Chau”. Los relatos vuelven a coincidir en el desenlace: el joven veterano se suicidó. Esta imagen desgarradora es, como señalé, recurrente. Me lo contaron veteranos de Chubut, de Chaco, de Buenos Aires. Y fue publicado, en el primer aniversario de la guerra, por el diario Clarín, como un cable de ANSA consignando crónicas de Gabriel García Márquez.[1] Aquí está la pista, y la pregunta: ¿Por qué para tantos participantes en el conflicto esta historia lacerante y terrible funcionó como metáfora de su regreso? ¿Por qué tantos veteranos dieron crédito a esa historia? ¿Por qué para tantos esto es lo mejor que podían decir sobre sus sensaciones al volver de las islas?
Malvinas tiene una larguísima presencia en el imaginario argentino, pero sin duda la guerra de 1982 es un antes y un después. Hijo de mi época, desde esa marca es desde donde me propongo hacer algunas reflexiones sobre Malvinas y nuestras memorias.
Hay algunas claves centrales para pensar la guerra de Malvinas dentro de los años de la transición democrática. En las islas pelearon muchos de los que se consideraban “vencedores en la guerra contra la subversión”. No sólo estuvo Astiz, paradigma público de la deshonra y la cobardía, sino muchos otros, también asesinos y secuestradores, que tuvieron una conducta mucho más honorable y valerosa en la guerra “convencional”. Al mismo tiempo, muchas de sus víctimas, en las cárceles, pero también publicando solicitadas desde el exterior, se ofrecieron como voluntarias para combatir “al verdadero enemigo”. En el exilio, gente que se había tenido que ir del país con riesgo de su vida volvió a sentirse argentina. Hubo pocas y solitarias voces que señalaron una contradicción: ¿Era posible apoyar Malvinas y no apoyar a la dictadura?
Para muchos miles, los conscriptos, ir a Malvinas no fue una opción, y es cierto: estaban bajo bandera. Pero también lo es que las colas de jóvenes y no tanto que se anotaban como voluntarios para combatir son una realidad de la época.
Las clases ‘62 y ‘63, que mayoritariamente fueron a Malvinas, estaban compuestas, en los casos más afortunados, por jóvenes que habían comenzado su secundario con el gobierno militar. En consecuencia, quienes actuaron en las islas lo hicieron amparados y formados por una forma de concebir a la Argentina y a las relaciones con sus ciudadanos que se hizo trizas bajo las balas inglesas, pero también bajo los golpes de la propia ineficacia, en muchos casos, y de la frustración. Una tradición militar –y nacional- que gustaba pintarse a sí misma como invicta, tuvo que asimilar la palabra “derrota”. Pero: ¿Derrota? ¿De qué? ¿En la guerra? ¿De la idea de Nación? ¿De la dictadura? ¿Del pueblo?
¿O sólo de los hombres jóvenes en quienes encarnamos la tragedia?


Malvinas permite reflexionar acerca del modo en el que nuestra sociedad se relaciona con sus jóvenes, de las formas en las que da cuenta de la violencia cuando las armas callan. En noviembre de 1982, el gobierno británico tuvo que dirigir una carta al argentino, explicándole que en los recientes campos de batalla aún quedaban cuerpos argentinos insepultos, preguntándoles qué quería hacer con ellos.[2] Cinco meses después de la derrota, los muertos seguían allí, esperando una actitud, una respuesta. Como esta no llegó, muchos de los muertos argentinos no están enterrados con nombre conocido. Son, también, NN de la dictadura militar, Known unto God, como dicen las cruces, conocidos por Dios.
Es posible pensar Malvinas como una metáfora más de la Argentina. “La política se funda en acuerdos más o menos amplios sobre qué olvidar” -sostiene Héctor Schmucler- “La historia de la Argentina en estos veinte años se ha sostenido sobre dos intenciones de olvido, sobre dos silencios: los desaparecidos durante la dictadura de la década de 1970 y la derrota en la guerra de las Malvinas. Desaparecidos y derrota: dos exclusiones, dos olvidos”.[3]
La nota periodística mencionada antes consignaba el espectáculo dantesco de los cadáveres argentinos semienterrados: fantasmas corruptos asomando entre la turba malvinera, en reclamo de una respuesta, tanto como los fantasmas que nunca serán ni siquiera un resto, arrojados al río.
Los sobrevivientes de la guerra de Malvinas molestan, tanto como los sobrevivientes a los campos clandestinos que desmienten tanto el negacionismo de quienes reivindican las atrocidades de la dictadura como el relato heroico de las organizaciones armadas, para las que la mesa de tortura y los cuerpos fueron también un campo de batalla. Los sobrevivientes muestran en sus cuerpos, nombran con sus voces y su supervivencia aquello que no se quiere ver. Los veteranos de guerra también son los desaparecidos vivos, los que agitan las aguas de la pacificación intentada desde la transición. Traen la violencia en la que participaron como un hecho fundacional de sus vidas, reivindican en muchos casos su acción, echan en cara a sus compatriotas el apoyo a lo que sus jóvenes vidas protagonizaron del modo que mejor pudieron, agitan aún banderas que muchos prefieren no ver, como un hecho culposo de su propia existencia.

Hay muchas guerras de Malvinas, que no encajan en las grandes lecturas macro políticas que la reducen a un orgasmo nacionalista de las multitudes producido por el impulso etílico de u general degradado. Esas lecturas tranquilizadoras no funcionan en las vidas individuales, en las comunidades pequeñas, en diferentes regiones del país donde la guerra fue una urgencia, una amenaza y sí, una esperanza. En general son homenajes que se deben a iniciativas particulares, como tantos otros en este país.

Los ex combatientes y la derrota se diluyeron en grandes ciudades como Buenos Aires, pero son un hito en otros lugares del país: En el pueblo de Hernando, en la provincia de Córdoba, el 28 de mayo, el día que mataron a Fabricio Carrascul cerca de Puerto Darwin, es el día en memoria de los héroes de Malvinas, y el pueblo detiene sus actividades por una hora. La ruta que entra a Río Grande desde el Norte, en Tierra del Fuego, está ensanchada desde el ’82: para los aterrizajes de emergencia de los aviones de regreso de sus misiones de combate. Probablemente cada habitante de Madryn guarda de recuerdo birretes, cascos, platos, dejados por los soldados recién devueltos por el Canberra en agradecimiento por el alojamiento, la comida, el primer baño caliente en setenta, ochenta días. Tampoco por esto es posible hablar de una guerra: el diálogo se espesa, lo que es un manotazo de ahogado en la capital donde (creemos que) decidimos todo es la clave identitaria de ciudades que se aferran como arbustos al suelo castigado y amado que pisan.

En todo caso, un elemento común a las diferentes visiones sobre la guerra es la muerte, pero las diferencias surgen cuando comenzamos a ver qué decimos sobre ellas. Una forma es prestar atención a los monumentos. En Necochea está el más grande, es una Patria que sostiene a un soldado muerto de proporciones estalinistas. Impresiona más por las asociaciones que genera que por lo que representa explícitamente: la destrucción de una autoimagen de nación. La vana y gigantesca República para todos. No era eso lo que se quiso representar, pero es lo que uno siente al verlo por primera vez.
Los veteranos de Madryn cuentan lo que les costó erigir el suyo. Fui a verlo un día de sol. Frente al mar, sobre la Gran Malvina, un soldado agachado sostiene una bandera flameante. Sobre la isla Soledad, otro lleva en brazos un compañero exánime. La cabeza del muerto cuelga inerte, mientras el que lo carga alza la suya y abre la boca en un grito: está reclamando. Miran hacia el muelle por el que regresaron miles en junio del ’82. Ese monumento me gustó más, es el compañero el que nos reclama. Es el compañero el que habla por el que ya no puede hacerlo.
Es que los muertos, como escribía Italo Calvino en Palomar, no sacarán partido de ninguna de las discusiones acerca de la guerra.[4] Discutir el pasado que los truncó es, sencillamente, argumentar acerca del futuro. Combatiendo sobre los sentidos que otorgamos a sus muertes estamos narrando un país que imaginamos. Probablemente uno de los episodios más emblemáticos de la guerra sea el hundimiento, el 2 de mayo de 1982, del Crucero A.R.A. General Belgrano por el submarino británico Conqueror, fuera de la zona de exclusión. La nave escorada, con sus cañones apuntando inútilmente al cielo, es uno de los íconos de la guerra. Con el hundimiento del crucero la Armada sufrió el mayor desastre en vidas humanas de la guerra, ya que fallecieron 323 de sus tripulantes. El Belgrano se transformó en símbolo del precio de sangre pagado por la Marina, pero también en el eje de una disputa que se arrastra hasta nuestros días, en torno a las características del torpedeamiento. La fuerza lo presenta como un “hecho de guerra”, en tanto le permite reivindicar un papel activo en el conflicto de 1982: “Hablar de inmolación, holocausto, traición, víctimas, engaño, mártires para referirnos al crucero [...] y a sus tripulantes puede haber sido un recurso psicológico de oportunidad pero de ninguna manera puede ser el léxico apropiado para expresar conceptos sobre este episodio de la guerra [...] ya no debe mantenerse el papel de víctimas [...] para discutir la soberanía en las Malvinas no debe recurrirse al mal que pudieran haber hecho otros, sino a lo bueno que hicimos y haremos nosotros”.[5] Pero esta posición, que buscó enfrentar un sentido común generalizado durante la guerra, acerca de que “la marina se quedó en el puerto”, choca con la misma propaganda argentina durante la guerra y, en fechas más recientes, confronta con las acciones legales internacionales que presentaron asociaciones de veteranos y familiares de caídos contra Margaret Thatcher.[6]

La derrota de Malvinas abrió las puertas a la transición a la democracia. Así fue percibido en la época, en los cánticos en las marchas, que demandaban tanto por los desaparecidos como por los muertos en las islas. A fines de los ochenta, en la cancha de River, en el concierto de Amnesty International Human Rights Now, León Gieco, por ejemplo, presentaba de este modo Sólo le pido a Dios: “Vamos a cantar todos esta canción. Vamos a cantar por los chicos desaparecidos restituidos que hoy están aquí presentes...Vamos a cantar por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo cuya lucha es nuestra lucha.. Vamos a cantar por los millones de latinos que tienen que emigrar a otros países perseguidos por los gobiernos militares... Y vamos a cantar también está canción por todos los chicos que jamás regresaron de Malvinas”.
¿Qué pasó luego? ¿Cuándo se partieron las aguas? ¿Cuándo es que la discusión sobre el pasado dictatorial dejó de preocuparse por algunos de sus actores centrales, los jóvenes ex combatientes? Los soldados desmovilizados encarnaron relatos acerca de la ineficacia militar, del desprecio sobre las vidas de los propios compatriotas, pero, también, una posibilidad para concentrar explicaciones para la derrota en sus características mayoritarias: jóvenes, sin instrucción, sometidos a las decisiones de una junta militar que había dispuesto durante años del destino de los argentinos.
Los soldados en Malvinas fueron también víctimas, para la época, de uno de los demonios en construcción para alivio de las responsabilidades colectivas. De allí que los primeros relatos sobre la guerra se concentraran fundamentalmente en el maltrato sufrido a manos de sus propios oficiales. El epítome de esto son tanto el libro Los chicos de la guerra, de Daniel Kon (1982), como la película homónima (1984), que dando publicidad a las voces de algunos de los sobrevivientes a la guerra sirvieron para sumar las malísimas condiciones en las islas al catálogo más amplio de las aberraciones de la dictadura que comenzaban a conocerse masivamente.[7]
Pero el énfasis en su condición de víctimas, fue resentido aún por los mismos ex combatientes, que buscaban hablar de su experiencia en la guerra. Desde el regreso a escondidas, de madrugada, separados en muchos casos de sus pueblos y comunidades que los aguardaban entusiastas aun en la derrota, vieron también cerrados los espacios para hablar de lo que habían visto y vivido. Imágenes y experiencias que, básicamente, nacían de la guerra que habían protagonizado, mal, bien, con la fortuna de estar vivos, pero como actores. Vivos, sólo para transformarse en muertos civiles, en imágenes sin voz a la hora de pelear por el pasado.
A la par de intolerables situaciones de humillaciones y abuso, como toda guerra Malvinas también generó otras de increíble heroísmo y entrega. Permitió que se forjaran lealtades y pertenencias nuevas en una matriz que la derrota y el desprestigio militar transformaban en anacrónicas. Palabras viejas, asociadas a lo militar, al nacionalismo, a cosas que molestan porque herederos de un trauma colectivo automáticamente pensamos en otras.
¿Se puede ser anacrónico con 18 o 20 años de edad, y con una guerra de por medio? Los veteranos de guerra actúan con sus vidas, del mejor modo que pueden, respuestas a esta pregunta. A veces, con sus muertes, materializadas en alrededor de trescientos suicidados desde que la guerra terminó: la mitad de los muertos fallecidos durante la guerra, suponiendo que esta termina cuando enmudecen las armas.

¿Dónde se partieron las aguas, dónde se construyó el silencio dentro del silencio? ¿Cómo? ¿Por qué? Acaso por las controversias que despierta levantar el tema. En una de sus primeras marchas (que, bueno es decirlo, convocaban a numerosas columnas de las juventudes políticas), los representantes de las agrupaciones de ex combatientes expresaban claramente la ambigüedad del tema Malvinas: “La idea de realizar una movilización al Cabildo surgió de la necesidad de acercar la causa de Malvinas a las causas que, por la Liberación Nacional, embanderan cotidianamente a nuestro pueblo. Cuando la reacción y la oligarquía quieren hablar, golpean las puertas de los cuarteles; cuando es el pueblo el que quiere expresarse, golpea las puertas de la historia. En muchas oportunidades nos critican por levantar consignas que algunos ‘demócratas’ tildan de políticas. Bien saben que nuestra organización lucha por los problemas que, desde la culminación de la guerra de las Malvinas, padecemos los ex combatientes. Pero se olvidan –y lo anunciamos sin soberbia- que nuestra generación ha derramado sangre por la recuperación de nuestras islas y que eso nos otorga un derecho moral [...] No nos olvidemos que durante la guerra de Malvinas se expresó una nueva generación de argentinos que, después de la guerra, conoció las atrocidades que había cometido la dictadura. Nosotros no usamos el uniforme para reivindicar ese flagelo que sólo es posible realizar cuando no se tiene dignidad. Nosotros usamos el uniforme porque somos testimonio vivo de una generación que se lo puso para defender la patria y no para torturar, reprimir y asesinar”.[8]
La superposición simbólica de la guerra de Malvinas con el terrorismo de Estado es evidente en este reclamo, en este reproche hecho a la sociedad desde un colectivo juvenil que había construido su identidad en base a la guerra. “No somos asesinos, no nos pongan en la misma bolsa”. Pero en el sentido común de muchos los pozos de zorro en los cerros de Malvinas y los sótanos de la ESMA eran prácticamente la misma cosa. Y hacia aquí apuntan muchos de los discursos pro militares, cuando intentan lavar con Malvinas la sangre de las mesas de tortura.
El jefe del Batallón de Infantería 5 (una de las unidades con mejor desempeño en la guerra) Carlos Robacio, habla así de uno de los responsables de la masacre política perpetrada por los marinos: “Antonio Pernías [es] un héroe de la guerra antisubversiva y en Malvinas, el mismo siempre fue lealmente de frente y cumpliendo igual que nuestros oponentes británicos, las órdenes que su país le requería, cualesquiera fueran el lugar y las circunstancias que lo rodean. Lamentablemente, hace poco tiempo fue sentado en el banquillo de los acusados, aunque no le correspondía ya que, como en Malvinas, Pernías solamente se limitó a cumplir acabadamente bien lo que la Patria le impuso. Hoy, después de 20 años de su derrota, los que siguen viviendo y explotando el odio, han logrado interrumpir la carrera de un valiente y honesto profesional. Hombres como Pernías, Soldados con mayúscula, son de gran valor, como ejemplo de dignidad y honestidad para las generaciones del futuro”. [9]
¿Cómo incorporar Malvinas a la transición? ¿Cómo quitarles ese símbolo a las Fuerzas Armadas? Un discurso poco conocido de Raúl Alfonsín representa algunos de esos esfuerzos. En Luján, en el primer aniversario en democracia de la guerra, intentó reinstalar a los muertos y sobrevivientes de Malvinas como santos laicos dentro de la religión patriótica republicana: “Hoy 2 de abril vengo aquí a evocar con ustedes, delante de este monumento, a nuestros caídos en batalla, a esos valientes argentinos que ofrendaron su vida o que generosamente la expusieron en esa porción austral de la patria. Si bien es cierto que el gobierno que usó la fuerza no reflexionó sobre las tremendas y trágicas consecuencias de su acción, no es menos cierto que el ideal que alentó a nuestros soldados fue, es y será el ideal de todas las generaciones de argentinos: la recuperación definitiva de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur [...] Cuántos ciudadanos de uniforme habrán deseado dejar sus cuerpos sin vida entre las piedras, la turba y la nieve, después de haber peleado con esfuerzo y osadía. Pero Dios vio a los virtuosos y de entre ellos los valientes y los animados, de entre los dolidos y los apesadumbrados eligió a sus héroes. Eligió a estos que hoy memoramos. Ungidos por el infortunio, sin los laureles de la victoria, estos muertos que hoy honramos son una lección viva de sacrificio en la senda del cumplimiento del deber [...] Esas trágicas muertes refuerzan aún más la convicción que tenemos sobre la justicia de nuestros derechos”.[10]
Pero no es posible. Tres años después, para explicar su claudicación frente a Rico y sus carapintadas, el mismo presidente era el que apelaba, de un modo similar al del entusiasta defensor de Pernías, a la ambigüedad que presenta Malvinas, al invocar su condición de héroes de esa guerra como un atenuante para su conducta antidemocrática y golpista. Ante el recuerdo del entusiasmo compartido por el desembarco del 2 de abril de 1982, para muchos es mejor callar.


Pero para las vidas de los veteranos, en Villa Ángela, en Comodoro Rivadavia, en Lanús, para los padres de Fabricio Carrascul y tantos otros, estas discusiones pasan a un segundo plano frente a las marcas en la propia historia. Si un mérito tiene la reciente película sobre los familiares de los caídos en Malvinas, Locos de la bandera (2005) es mostrar la posguerra como un largo esfuerzo por lograr un espacio de visibilidad en la política argentina, construido, como tantos otros en nuestra historia, desde el dolor y la pérdida. Sólo que esa legitimidad y pertenencia se asientan en viejas banderas, malversadas hasta el cansancio por fuerzas armadas y de seguridad que tozudamente se dedicaron a masacrar compatriotas durante toda su historia, pero con especial fruición desde mediados del siglo XX. El título del film es ya una provocación, pero lo es más el mensaje central: muchos nos acompañaron, pero sólo nosotros quedamos con este dolor.
Las historias de los soldados quedaron subsumidas en las críticas generalizadas a la dictadura militar. El equilibrio entre un reconocimiento a los jóvenes soldados y que este fuera leído como una reivindicación de las Fuerzas Armadas y la dictadura siempre fue difícil, y prefirió evitarse, porque de este modo también se evitaban pronunciamientos sobre las propias responsabilidades sociales y políticas.
No obstante, el mecanismo social tanto de victimizar como de culpabilizar a los jóvenes parece de una vigencia por lo menos inquietante. Hoy, hombres que han hecho sus vidas del modo que pudieron y que eran jóvenes soldados en el ’82 deben, además de encarnar la derrota, deben responder sobre cuestiones que poco tienen que ver con su experiencia y responsabilidad, como no sea por el hecho trascendental de haberlos colocados en la situación límite de matar o morir. Así, muchas de las críticas a Iluminados por el fuego (Bauer, 2005) exceden lo que la película pretende mostrar: la guerra desde la mirada de uno de sus sobrevivientes. Los veteranos de Malvinas, de acuerdo a algunas críticas, deberían explicarnos las causas de la guerra: “No hay en el centro del relato una posición clara respecto de esa guerra, de sus causas y de sus consecuencias, de su pertinencia, de su persistencia como metáfora nacional.  Apenas una historia que insiste en lo emocional y lo desgarrador, un punto de partida que recubre al filme de un halo de importancia que lo hace intocable, inmune a las posibles críticas”.[11]
“¿Fue el de las Malvinas un conflicto necesario, justo, evitable, honorable, justificable? ¿Fue la muerte de los jóvenes soldados una coda a la política de la desaparición y la muerte imperante en esos años? ¿Qué entendemos por soberanía y nacionalismo? ¿Cuán argentinas son las Malvinas?”.[12] Preguntas centrales, pero para una discusión que la película, como las voces de los veteranos, debería iniciar, y no cerrar, para obligarnos a responder. “La gran pregunta que el film no se hace –y debería- es: ¿la guerra valió la pena?”[13] Elusión de la propia posición, y lo que es peor, descarga de demandas y responsabilidades sobre actores sociales bien identificados. Igual que en el ’82, los sobrevivientes de la guerra, además de cargar con sus pesadillas y con sus muertos, deben cargar con frustraciones y vergüenzas ajenas.
Esta forma de leer la guerra, como otros episodios de la historia nacional, abreva en una tradición más amplia de culpabilización/ victimización disfrazada de compromiso y respeto. En el vigésimo aniversario de la guerra, José Pablo Feinmann escribió: “Hay una dolorosa paradoja que los ex combatientes de Malvinas deben sobrellevar: sufrieron y murieron (no por la soberanía y la gloria de la patria, como quisieron hacerlo y como reconfortaría creer que lo hicieron) sino como parte de un proyecto antidemocrático, bélico – político, que buscó limpiar con una “guerra limpia” los horrores de la “guerra sucia” (...) Quienes lucharon en España por la República podrán contar hasta el último de sus días la gesta que los incluyó, igual los militantes antinazis, los resistentes italianos o franceses, los combatientes de la Cuba Revolucionaria o los que estuvieron junto a Salvador Allende. No tenemos esa suerte. Nuestros sueños fueron embarrados por símbolos infames como Galimberti en Punta del Este (...) o nacieron embarrados por la verborragia etílica de Galtieri en el balcón de la Rosada (...) Los espera otra gloria: la de aprender a vivir sin gloria. La de saber que la gloria –cuando se la espera de la guerra- no suele venir, ya que aquello que la guerra entrega es el horror y la muerte. La gloria de saber que los queremos no porque hayan peleado una “guerra justa” sino porque fueron víctimas”.[14]

Muchos de los que combatieron en Malvinas, pese a lecturas como esta, consideran que combatieron “por la soberanía y la gloria de la patria”. Puede que Feinmann no crea esto y no se sienta reconfortado, pero bien distinta es la situación de los actores: lo que da sentido a sus vidas es creer que así fue, sobre todo porque así lo vivieron, en una situación que en la mayoría de los casos no buscaron, pero que debieron resolver. Paul Ricoeur, en un texto en el que reflexiona sobre las posibilidades políticas de la no violencia, describe esta frontera insalvable: "Pero esta comprensión de una dialéctica de la no- violencia profética y de la violencia progresista, dentro misma de la eficacia, no puede ser más que una visión del historiador. Para el que  vive, para el que actúa no hay compromiso ni síntesis; no hay más que una opción".[15]
Los temas hegemónicos desde los años ochenta dejaron poco espacio para “historias de soldados”, de uniforme, de unidades, de pertenencias regimentales o locales construidas, nuevamente, en base al imaginario de los actores. Y el de muchos de estos, en su escalón de responsabilidad más bajo, era el de la Nación que habían aprendido en la escuela, en las prácticas políticas, en sus casas. Los muertos en Malvinas, y sus sobrevivientes, orientaron sus acciones durante la guerra y la posguerra en base a esas formas de pensarse dentro de una comunidad.
En 1917, el poeta británico Siegfried Sassoon escribió sobre sus soldados en las trincheras de la Primera Guerra Mundial:

Los soldados son ciudadanos de la tierra gris de la Muerte,
Sin obtener ganancias a cuenta del futuro.
En la gran hora del Destino ellos se detienen,
Cada uno con sus rencores, sus celos y sus penas.
Los soldados se han juramentado para la acción, deben ganar
Algún deslumbrante y fatal clímax al precio de sus vidas:
Los soldados son soñadores, cuando comienza el cañoneo
Ellos piensan en casas con tibios hogares, camas limpias y esposas.

Yo los veo dentro de pozos pestilentes, roídos por las ratas,
Y en las trincheras ruinosas, azotados por la lluvia,
Soñando con cosas que hacían con pelotas y paletas,
Sufriendo la burla de un deseo sin esperanzas de recuperar
Sus feriados bancarios, y sus exposiciones, y sus polainas
E ir a la oficina en tren.[16]

¿Qué responsabilidad sobre qué decisiones tenemos derecho a reclamar desde el papel a quienes transitan estas condiciones? ¿Cómo no buscar, más bien, la forma de dar lugar a que voces poco audibles, enterradas en el país profundo, circulen, molesten, construyan? “Ni los organismos de derechos humanos reconocen a los veteranos como víctimas de la dictadura”, dice Edgardo Esteban, el veterano cuyo libro inspiró la película.[17] Toda una definición y un reclamo: aún desde el dolor más legítimo se puede excluir, se pueden diseñar muertos y sobrevivientes de primera y de segunda.
Víctimas y actores, mancha bélica en la transición que pintó a los jóvenes sólo como pasivos objetos en manos de sus verdugos. Jóvenes con armas en las manos, fotografías de la Argentina reciente relegadas frente a imágenes más complacientes que permiten identificar responsables y lavar culpas. Silencios vivos, ausencias encarnadas en cuerpos que son padres, que son hijos, y que conviven con la demanda de que respondan a preguntas que los demás no nos atrevemos a hacernos a nosotros mismos, pero sí a responder por ellos.
Acaso no se trate de que los sobrevivientes de Malvinas deban aprender a vivir sin gloria, sino más bien, a no resignarse a que otros les asignen la gloria que les toca, soportar que le pongan nombre y forma, que la ubiquen en la jerarquía de dolores y pérdidas que también hemos construido durante más de dos décadas. Aunque el resultado de estas construcciones no se parezca en nada a la turba en la que se enterraron para esquivar las bombas británicas, para resistir la ausencia de sus hogares, el deseo por el cuerpo amado lejano en miles de kilómetros, aunque sólo ellos conozcan los rostros que ya no volverán, demasiado parecidos a los de ellos mismos, congelados en el tiempo como los de los desaparecidos, siempre jóvenes, siempre a mano para cerrar las puertas a la discusión sobre nuestras responsabilidades intelectuales, políticas, humanas.





¨ Publicado en El Ojo Mocho, Buenos Aires, invierno/ primavera de 2006.
[1] Clarín, 4-4-1983.
[2] Clarín, 1-12-1982.
[3] Héctor Schmucler, “Formas del olvido”. En Confines, Año 1, Nº 1, Buenos Aires, abril de 1995. Pág. 52.
[4] “Naturalmente, los que siguen viviendo pueden, a partir de los cambios vividos por ellos, introducir cambios también en la vida de los muertos, dando forma a lo que no la tenía o que parecía tener una forma diferente: reconociendo por ejemplo un justo rebelde en quien había sido vituperado por sus actos contra la ley, celebrando a un poeta o un profeta en quien se había visto condenado a la neurosis o al delirio. Pero son cambios que cuentan sobre todo para los vivos. Ellos, los muertos, es difícil que saquen partido”.
[5] Héctor Bonzo. 1093 tripulantes del Crucero ARA General Belgrano. Testimonio y homenaje de su comandante. Buenos Aires: Sudamericana, 1992, pp. 402-403.
[6] Federación de Veteranos de Guerra de la República Argentina (FVGRA). Razones por las cuales el hundimiento del Crucero A.R.A. “Gral. Belgrano” es un crimen de guerra (mayo de 1997).
[7] Nos falta aún un estudio que analice conjuntamente el peso simbólico de dos películas: La noche de los lápices (Hector Olivera, 1986) y Los chicos de la guerra (Bebe Kamin, 1984). En otros trabajos me he ocupado de la primera de ellas y su impacto en las escuelas medias. La impronta que dejaron en el imaginario colectivo en su doble papel de constructoras de sentido y explicaciones históricas sobre la dictadura  y a la vez de la imagen de los jóvenes en relación con la sociedad y el poder dictatorial está bien vigente aún hoy.
[8] Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Nº 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires, 1986, p. 23.
[9] Carlos Robacio (jefe del BIM 5 durante la guerra), Desde el frente. Batallón de Infantería de Marina N° 5, Buenos Aires, Solaris, 1996, pp. 420-421.
[10] Clarín, 3-4-1984.
[11] Diego Brodersen, “No hay una posición clara”, Ñ, 10 de septiembre de 2005.
[12] Gustavo NG, “Las heridas secretas de la guerra”, Ñ, 10 de septiembre de 2005.
[13] Leonardo D’Espósito, “La turba del consenso”. Perfil, 11/09/2005.
[14] José Pablo Feinmann, “La guerra y la gloria”, Radar, 31/03/2002.
[15] Paul Ricoeur, “El hombre no violento y su presencia en la historia”, en Historia y verdad, Madrid, Encuentro, 1990, p. 216.
[16] Siegfried Sassoon, "Dreamers ". En The War Poems, London, Faber and Faber, 1999.
[17] Gustavo NG, “Las heridas secretas de la guerra”, Ñ, 10 de septiembre de 2005.
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Malvinas, veinte años después.
En: Todo es Historia, Nº 417, abril 2002, pp. 6-15.

Federico Guillermo Lorenz


La memoria colectiva de las guerras del pasado, de los veteranos y de las víctimas es, en consecuencia, un acto quijotesco. Es un esfuerzo por pensar públicamente acerca de dolorosas cuestiones pasadas, pero un esfuerzo condenado, al mismo tiempo, a descomponerse en el transcurso del tiempo.
Samuel Hynes[i]


Recuerdos en piedra y hierro
Hace dos años, de vacaciones por la Patagonia, visité numerosos monumentos conmemorativos de Malvinas. El de Río Gallegos, un piloto con el casco bajo el brazo, aún parece aguardar el regreso de las escuadrillas mientras mira al Atlántico. En Ushuaia, una gruesa plancha de hierro tiene caladas las siluetas de las islas, y a través de ellas, hacia el Este, se ve el mar. En Río Grande, en una costanera azotada por el viento, una cruz silenciosa tiene el oceáno como único fondo.
Pero sin duda el que más me impresionó es el que contemplé en Sarmiento, en la provincia de Chubut, y que según me enteré ha sido erigido en otras ciudades del país. El monumento consiste, sencillamente, en dos columnas que sostienen un arco. Este nace de una de ellas, no llega a apoyarse en la otra: es un arco inconcluso. Evoca la derrota de 1982, pero además reafirma la perseverancia en los reclamos justos de soberanía, podría ser una lectura. Representa la irrupción violenta de una guerra en las vidas de muchos argentinos. El arco inconcluso recuerda las vidas truncas por la muerte violenta en los cerros de Malvinas, en el Atlántico Sur, en los cielos sureños. También me recordó, brutalmente, una mutilación.
En todo caso, el arco sintetiza las distintas formas en las que la guerra de Malvinas puede ser recordada, y en ese sentido la evocación que despierta tiene las mismas características del monumento: algo inacabado, aún por construir o inconcluso para siempre, pues hoy, a veinte años, la guerra de Malvinas, en el espacio público, continúa pareciéndose a una duda.

Preparar una clase
¿Por qué es importante Malvinas? Todos los años, aproximándose a la fecha del 2 de abril, muchos docentes reflexionan en torno a esta pregunta. Prefiero ubicarme desde esta posición, que por profesión y vocación ocupo, para escribir acerca de este vigésimo aniversario que acaso pase desapercibido entre tantas urgencias que la cotidianeidad nos impone.
Por eso este texto crecerá pensando sobre todo en imágenes, las que puede llevar en la memoria quien haya asistido como testigo a la guerra, sin haber participado en ella, y teniendo presente que responder a la pregunta anterior lleva a preguntarse qué recuerdan las naciones cuando rememoran sus guerras.
Evidentemente, puestos a armar una clase alusiva, las respuestas habrían resultado más sencillas en los años anteriores a 1982. Imaginemos un docente pidiendo a sus alumnos que “buscaran información” sobre las Malvinas. ¿Qué habrían traído?
Acaso algunos datos mínimos y elementales, relativos a su ubicación geográfica: que se trata de dos islas mayores, Gran Malvina (al Oeste) y Soledad (al Este) y cerca de doscientas islas e islotes menores, ubicadas a alrededor de setecientos kilómetros de la costa santacruceña y fueguina, sobre la Plataforma Continental Submarina de la República Argentina, y a casi dos mil de Buenos Aires. Que tienen un clima frío y húmedo, de tipo oceánico, y que el viento sopla casi todos los días (salvo, en promedio, uno al mes) y sus ráfagas pueden alcanzar más de 150 kilómetros por hora.
Que practicamente carecen de vegetación, y que tienen una variada y rica fauna marina. Alguno podría dar con la rareza de que una especie autóctona de zorro, que Darwin bautizó como canis antarctica, se hallaba extinguida ya hacia 1870. Que lo que predominan desde el punto de vista de los animales terrestres son las ovejas, criadas por algunos ganaderos de la zona, constituyendo la principal riqueza económica, junto al turismo y la explotación ictícola, entre otras cosas del krill.
Acaso otros alumnos recogieran prolijamente en sus carpetas información histórica, que fundamentaría los títulos argentinos para la soberanía sobre las islas: por ejemplo, el avistaje desde naves al servicio de España, y su presencia en mapas de esa misma nacionalidad, desde la primera mitad del siglo XVI. Algunos de quienes las divisaron desde sus precarias naves fueron Américo Vespucio y Hernando de Magallanes. Podrían rescatar el hecho comprobado del avistaje por parte del holandés Sebald de Wert, y el pintoresco origen del nombre del archipiélago, cuando marinos franceses provenientes de Saint Malo llamaron Malouines a las islas, nuestras castellanizadas Malvinas.
Luis Antonio de Bouganville aparecería entonces, fundador de Puerto Luis, entregado a fines del siglo XVIII a España, pues las islas caían dentro de su jurisdicción. Tal vez alguno de los alumnos consiguiera entusiasmarse con las idas y venidas entre franceses, españoles e ingleses, que furtivamente habían fundado Puerto Egmont en las islas,  ocupado clandestinamente hasta ser desalojados por la corona española, por la mano de Francisco Buccarelli, su representante colonial, mientras que el gobierno británico reconocía la soberanía ibérica.
Puerto Luis se transformó en Puerto Soledad, y hubo un gobernador español allí desde 1766, totalizando 21 autoridades coloniales hasta 1811, en que el virrey Elío, desde Montevideo, retiró las fuerzas de las islas, ante la demanda de tropas generada por el enfrentamiento con el díscolo gobierno revolucionario de Buenos Aires.
Alguien minucioso podría haber encontrado, en libros manoteados de las estanterías de algún padre algo revisionista, que en 1813 un barco lobero inglés había pedido permiso al gobierno de Buenos Aires para operar en el archipiélago, lo que sería un reconocimiento de la soberanía, y que en 1820 el capitán David Jewett había izado por primera vez la bandera argentina en las islas.
A continuación, entonces, aparecería Luis Vernet, y una fecha, presente en el calendario escolar: 10 de junio de 1829, día en que fue nombrado comandante político y militar, con base en Puerto Soledad. Se recordarían sus intentos serios por poblar las islas, y la forma en que hizo efectiva la autoridad nacional, al arrestar en 1831 dos goletas americanas que foqueaban ilegalmente en aguas argentinas. Esto motivó que otra corbeta norteamericana, la “Lexington”, arrasara las instalaciones argentinas. En definitiva, dirían los apuntes de los esmerados alumnos, los ganadores de este enfrentamiento fueron los británicos: el 3 de enero de 1833 James Onslow, al mando de la “Clío”, arrió el pabellón argentino e izó la Union Jack, iniciando la ocupación británica que continúa hasta hoy.
Otros alumnos, con la suficiente tenacidad, encontrarían nuevas referencias más modernas sobre las Malvinas. Por ejemplo, que en las proximidades de las islas tuvo lugar una batalla naval en la Primera Guerra Mundial entre británicos y alemanes (diciembre de 1914). Tal vez se encontrarían con la “dificilísima” expresión latina Uti Possidetis Juris, para descubrir que sencillamente significa que las ex - colonias hispánicas, al iniciar su emancipación en 1810, poseerían aquello que había sido de la corona de España, o con el concepto de “prescripción”, aplicado con posterioridad a la Primera Guerra Mundial por Gran Bretaña en el caso Malvinas, y que afirmaba que la ocupación pacífica ininterrumpida por un determinado tiempo podía constituir soberanía. Algún estudiante inquieto habrá llegado al año 1965, en el que la resolución 2065 de las Naciones Unidas establecía que el problema de las islas tenía características coloniales, y que por lo tanto debía tenerse presente que otra resolución (la 1514, de 1960), comprometía a los países miembros a acabar en todas partes con el colonialismo.


Desde 1982, hubo una guerra

Sin embargo, quienes tenemos alguna experiencia docente sabemos que estas fechas históricamente importantes poco y nada significarían para los alumnos. Con algo de suerte, la mayoría de ellos se habrían salteado alguna de estas partes, que fundamentan los reclamos históricos de nuesto país, para llegar a la “parte de la guerra”.
No deja de ser una dolorosa paradoja que muchos crean que en realidad las islas estaban en manos argentinas, y fueron los ingleses quienes atacaron a nuestro país, en 1982. Pero no, es necesario explicarles, a veces, que la guerra comenzó el 2 de abril de 1982, cuando una fuerza conjunta argentina desembarcó en las cercanías de Port Stanley (que pronto sería rebautizado como Puerto Argentino) y recuperó las islas para la soberanía nacional, luego de un breve tiroteo que costó los primeros muertos argentinos. Antes de seguir, y que los chicos se distraigan con la fotografías de vehículos anfibios, y las pesadas “chanchas” (los Hércules C-130) aterrizando en la cinta del aeropuerto, el profesor debería decirles que la recuperación se dio en el contexto de una dictadura militar que gobernaba nuestro país desde 1976, y que había reprimido sangrientamente a la población mediante el inédito método de la desaparición de personas. Que en ese año, 1982, el desprestigio del gobierno militar (cuyo presidente era Leopoldo Fortunato Galtieri) era alto: acechado por la crisis económica, cuestionado en el exterior por las violaciones a los derechos humanos, el 30 de marzo de 1982 había reprimido una gran concentración de la CGT que había intentado llegar a la Plaza de Mayo al grito de “Se va a acabar/ se va a acabar/ la dictadura militar”.
El docente se metería en un problema: “Profe, cómo puede ser, dos días después, la Plaza llena de la misma gente vivando a la Patria, y Galtieri en el balcón”. Podría salir de él, de algún modo, o despertar la curiosidad de sus alumnos, explicando que adherir a una causa nacional no significa adherir al gobierno de turno, por ejemplo, y que hubo pancartas que decían “Malvinas son de los trabajadores, no de los torturadores”, y algunas Madres de Plaza de Mayo con cartelitos que decían “Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”.
Esa dualidad es parte del problema, y uno puede imaginar o recordar las caras que a veces contempló, perplejas ante estos comentarios. Este silencio dubitativo, en la clase, reflejo de un más amplio proceso social, ha sido objeto de pocas reflexiones y muchas menos autocríticas, y en principio instalarlo en los alumnos ya sería saludable.[ii]
Malvinas, efectivamente, despertó masivas adhesiones en todo el país.
La guarnición de las islas fue reforzada con tropas mayoritariamente compuestas por conscriptos de las clases 62 y 63 (el profesor debería explicarle a sus chicos que antes había servicio militar, un anacronismo para los adolescentes), que cavaron posiciones en los cerros que rodeaban la ciudad, para descubrir que en muchos casos la turba dejaba filtrar el agua y entonces había que cavar nuevas posiciones. La población se volcó decididamente a apoyarlos, haciendo donaciones, escribiendo cartas en las escuelas y donando sangre. Las idas y venidas de la diplomacia británica y norteamericana se despejaron a fines de abril, cuando Estados Unidos declaró su apoyo a Gran Bretaña, que para esa fecha ya había despachado una Fuerza de Tareas rumbo a las islas.
Las especulaciones acerca de la actitud de los británicos se disiparon el 1º de Mayo de 1982, cuando se produjo el primer bombardeo aéreo al aeropuerto de Puerto Argentino. Unos días antes, fuerzas británicas habían desembarcado y recapturado las islas Georgias, que también habían sido recuperadas por los argentinos, y habían constituido el casus belli (otra expresión “rara”) que precipitó el operativo argentino y la respuesta británica.
El día 2 de mayo, fuera de la zona de exclusión, el submarino británico Conqueror torpedeó y hundió al crucero “General Belgrano”: allí murieron 323 de sus tripulantes. Unos días después, aviones argentinos devolvieron el golpe: lanzaron un misil Exocet (otra palabra que se haría familiar por aquellos años) que hundió al crucero “Sheffield”. Los ingleses desplazaron sus barcos al Estrecho de San Carlos, que separaba ambas islas, y finalmente desembarcaron al Noroeste de Isla Soledad, el 21 de mayo. Durante muchos días, la aviación argentina bombardeó tenazmente los barcos británicos pero no pudo impedir el desembarco, que tampoco fue enfrentado (más que en su momento inicial y por una pequeña fuerza) por tropas terrestres.
Las fuerzas británicas avanzaron rumbo a Puerto Darwin, donde se produjo una violenta batalla entre el 27 y el 28 de mayo. Murieron 250 argentinos. El profesor debería advertir a los alumnos sobre la feroz censura de prensa de aquellos años, que informaba de los ataques aéreos sobre las fuerzas navales británicas, y no decía nada en cambio del veloz avance por tierra de las fuerzas de élite britanicas, comandos y paracaidistas. Entre el 10 y el 14 de junio, fecha de la rendición, se produjeron feroces combates en muchos de los cerros que rodean el Puerto: Monte Longdon, Monte Two Sisters, Wireless Ridge, Monte Tumbledown. Fueron breves pero duros enfrentamientos en malísimas condiciones climáticas, en general por la noche y luego de demoledores bombardeos desde tierra, mar y aire. Pero las condiciones informativas descriptas, y lo rápido del desenlace, crearon en el público argentino la sensación de que las islas habían caído sin combatir, y estos nombres sólo fueron cobrando su dimensión histórica con el paso del tiempo.
La guerra de Malvinas produjo la muerte de 648 argentinos durante su desarrollo,[iii] heridas a otros 1063, y precipitó indudablemente la caída de la dictadura militar.

Memorias de guerra

Ahora bien: ¿Cómo entran las guerras en la memoria cultural de los pueblos? Puede pensarse esta pregunta en dos partes. Por un lado, se trata de que aquellos que tengan una experiencia personal sobre los conflictos bélicos logren transmitirla a sus hijos, amigos, compatriotas. De ese modo, la memoria individual se transforma en cultural. Por el otro, esto depende en gran medida de las políticas estatales en relación al recuerdo, las políticas de conmemoración. Entre unas y otras radica la posibilidad más o menos cierta de que determinados hechos históricos, en este caso las guerras, sean recordadas. Y volviendo al planteo inicial, que los recuerdos individuales encuentren un contexto social en el cual se reconozcan como parte. Pues la memoria no existe por fuera de los individuos, pero el mismo tiempo nunca es individual en su carácter: está condicionada, informada y conformada por el contexto histórico y social. Aún para quienes participaron directamente en los hechos que se recuerdan, el acto de una conmemoración, o un aniversario, transforma en un hecho colectivo la memoria individual.
Durante el último cuarto del siglo XX, Occidente, sobre todo en el caso de los países desarrollados, asiste a un auge de las conmemoraciones, a un afán memorialista que multiplica las fechas, objetos y lugares a ser preservados y recordados: en el caso concreto de las guerras, se cumplieron numerosos cincuentenarios; del final de la Segunda  Guerra Mundial, del desembarco en Normandía (el summum popular de este fenómeno fue la exitosa Rescatando al soldado Ryan, de Steven Spielberg), o el 75º aniversario de la batalla del Somme, el 1º de julio de 1991. Los historiadores desempeñaron un papel privilegiado en ellas, analizando las formas en que se fueron conformando determinadas narrativas acerca del pasado.[iv]
En muchos casos, las iniciativas conmemorativas no respondieron a decisiones estatales, sino que partieron de otros actores sociales, interesados por distintos motivos en que el recuerdo de esa fecha se mantuviera vivo: asociaciones de veteranos, barriales, etc. Los argentinos sabemos mucho de esto: la vigencia actual del recuerdo de los sucesos de la pasada dictadura militar se debe inicialmente al empecinamiento de un grupo reducido de ciudadanos, en su mayoría afectados directamente por la represión.[v] El caso agentino es un ejemplo de cómo la lucha política por la memoria de ciertos grupos sociales puede torcer voluntades institucionales aún en notorias situaciones de desigualdad.
Para aportar otro ejemplo relativo a los conflictos bélicos, al finalizar la Primera Guerra Mundial, se produjo un hecho inédito: el gobierno británico instaló un Cenotafio temporario, en el centro de Londres. Millones de deudos acudieron a depositar su homenaje al pie del monumento, al punto tal que finalmente se tomó la decisión de construirlo en forma permanente, e inaugurarlo el mismo día que a la vez se enterraba al Soldado Desconocido en la Abadía de Westminster, en 1920. La presión popular, por otra parte, cambió el discurso triunfalista de los vencedores, y tanto en Francia como en Inglaterra, la exaltación del sacrificio por la Patria dejó lugar al luto y a las peregrinaciones a los campos de batalla.[vi]
Es importante detenerse brevemente en estas cuestiones por el papel que desempeñan las guerras en la construcción de las identidades nacionales, pero tambien para señalar que los esfuerzos conmemorativos, sectoriales u oficiales, no necesariamente son antagónicos o excluyentes. A los fines de este texto, lo importante es mantener presente la idea de que las conmemoraciones públicas son una apelación al pasado desde el presente, una lectura de determinados sucesos históricos hecha desde una coyuntura que fatalmente no es la que presenció tales eventos, aún cuando quienes las hagan sean los mismos protagonistas de esas historia.
El “éxito” de las conmemoraciones puede ser medido en términos de la representatividad que los discursos en torno a una fecha determinada, por ejemplo, tienen. En el 25º aniversario del golpe militar, se produjeron dos actos, uno en la Plaza de Mayo y otro convocado por la actriz Elena Cruz frente al domicilio de Videla, pero demás está recalcar la desproporción entre ambos eventos. Sirve este ejemplo, también, para reforzar la idea de que los actos conmemorativos son una forma privilegiada de acción política, en el sentido de incidencia en las narrativas públicas acerca del pasado, que determinarán políticas y comportamientos.
Pero en el caso de la guerra de Malvinas, que es el que nos ocupa, es más difícil efectuar una afirmación tajante acerca de las imágenes públicas predominantes sobre la guerra (de esto me ocuparé más adelante). Tal vez, en primera instancia, porque a las situaciones complejas que intenté esbozar debe añadirse el hecho de que en el caso de una guerra, no es lo mismo recordar una victoria que una derrota. Estudiar las iniciativas públicas al respecto no es el propósito de este trabajo, pero cabe señalar un hecho a modo de ejemplo: ante la masividad que se preanunciaba para los actos en repudio al golpe militar, en marzo del 2001, el general Brinzoni obtuvo del ex presidente Fernando De La Rúa que por primera vez el feriado pasara del 10 de junio al 2 de abril, fecha del desembarco, y se organizaran diversos actos que en general no abundaron en los años previos.[vii]
Es casi de sentido común afirmar que desde el punto de vista del Estado ha habido una gran ausencia en relación al ejercicio de la memoria de la guerra de Malvinas. Si el recuerdo se mantiene, hay que encontrar la explicación en otras circunstancias: en el arraigo de “Malvinas” en la cultura nacional, en las actividades de centros de ex combatientes y familiares, y en la existencia misma de los veteranos, allí, a la vuelta de las esquinas, demandando su lugar en la historia de diversas formas, padeciendo aún esas “conmemoraciones involuntarias”, como llamó el historiador Samuel Hynes, un veterano de guerra él mismo, a las secuelas psicológicas y físicas de la guerra.

Malvinas, imágenes de la guerra

En estas circunstancias, y a esta altura de la prepración de su clase, el docente preocupado por lograr la transmisión del pasado reciente a sus alumnos ha optado por organizarla en torno a una serie de fotografías, que le permitan articular la narrativa histórica y generar discusiones en torno a determinados procesos. Exhuma viejas revistas de la época de la guerra, algunos diarios amarillentos, volantes que guardó sin saber por qué en ese momento, pues era muy chico.
La primera fotografía que les mostraría a sus alumnos en realidad contrapondría dos imágenes: mostraría la represión del 30 de marzo de 1982, la primera gran confrontación pública con el gobierno militar. Explicaría el porqué de esa manifestación, lo relacionaría con la actualidad de desempleo que enfrentan los padres de muchos de ellos, y a continuación les mostraría otra Plaza de Mayo, aquella que los argentinos llenaron para celebrar la recuperación de las Malvinas, para asombro de un Galtieri azorado que terminó saliendo al balcón a saludar, y que fue silbado cada vez que mencionó su condición de presidente (el profesor se habría tomado el trabajo de encontrar la grabación). “¿Cómo puede ser, profesor, que la misma gente...?”, tal vez la pregunte alguien, y eso daría la posibilidad de explicar las consecuencias de simplificar los procesos sociales y las conductas populares basándose en esquematismos generalmente dualistas, a veces peyorativos o simplistas.
A continuación, la otra foto mostraría un grupo de soldados en Malvinas. Sonríen para la foto, son muy jóvenes y algunos están barbudos, arrebujados lo mejor posible en sus abrigos. Están haciendo la “V”, asoman los dedos a través de los guantes rotos. Podría hablar con los chicos de la conscripción, discutir acaso qué es lo que hace que un hombre acepte la eventualidad de morir por una idea, anular parcialmente la injusticia de considerarlos pasivos actores víctimas de grandes decisiones.
La siguiente fotografía mostraría la agonía del Crucero General Belgrano, el 2 de mayo. Fue tomada por uno de los sobrevivientes, el entonces teniente de marina Martín Sgut. En primer plano, hay manchas anaranjadas: las balsas salvavidas, cargadas de náufragos. Al fondo, la oscura estructura de la nave, ya fatalmente escorada, con sus cañones apuntado inútilmente hacia un cielo gris. A pesar que desde el día anterior los ingleses bombardeaban Puerto Argentino, para muchos compatriotas, en el Continente, el hundimiento del Belgrano fue el descubrimiento  de que “efectivamente” el país estaba en guerra.
Luego, una imagen impactante: un avión argentino volando entre las antenas de una fragata británica, sobre San Carlos, uno de los episodios que el propio adversario se encargó de recordar con admiración. Pero también el profesor intentaría explicarles que durante la guerra, la propaganda oficial se concentró exclusivamente en las proezas de los pilotos, y dejó de informar con el mismo detalle sobre lo que sucedía con las tropas en tierra, que eran bombardeadas sistemáticamente por fuego aeronaval, en malísimas condiciones en muchos casos.
La siguiente foto mostraría los despojos materiales de la batalla: producida la rendición, los alumnos verían ahora centenares de cascos arrojados al suelo, mezclados con fusiles abandonados, latas de comida, lonas y pedazos de uniforme. Es la rendición, el final de la guerra.
El docente dudó si llevar esta fotografía o no, pero finalmente decidió que sí. Un soldado británico, Vincent Bramley, fotografió una pila de soldados argentinos muertos en el Monte Longdon.[viii] Allí están, exánimes. En primer plano uno de ellos parecería dormir, pero la nieve barrosa que lo cubre parcialmente y lo rodea, el uniforme sucio y un fusil clavado para indicar que allí están, a punto de ser enterrados, anularía rápidamente esa impresión. Con un poco de suerte en la clase se haría un silencio, ante esa muerte anónima que debería descartar la posibilidad de mirar para otro lado.
La siguiente imagen muestra un grupo grande jóvenes asistiendo al Buenos Aires Rock, en 1984. Uno de ellos tiene una boina con una insignia militar: es un veterano de Malvinas. Todos están sentados en el pasto, pero él sobresale del resto, no sólo por el ojo del fotógrafo, sino porque está sentado sobre una silla de ruedas. La fotografía desnuda crudamente las consecuencias sobre los veteranos, las dificultades de reinserción que encontraron al volver, y permitiría explayarse sobre eso, sobre las actitudes sociales ante la derrota, en introducir el tema de la transición a la democracia.
La penúltima fotografía es la de un grupo de familiares ante las cruces blancas, en el cementerio de guerra de Darwin, que pudieron volver a visitar periódicamente desde marzo de 1991. Permitiría, a partir de ese hecho individual, retornar a la descripción de  las políticas seguidas por el gobierno argentino con posterioridad a la derrota. Política diplomática hacia Gran Bretaña (habría tiempo de mencionar al famoso Winnieh-Pooh del ex canciller Di Tella), pero sobre todo, política de recuerdo: qué y cómo recordar, quiénes recuerdan.
Y para qué.


Pascua de 1987
Por eso, rompiendo el anterior orden cronológico, la última fotografía es la de la gigantesca movilización popular de la Semana Santa de 1987, como respuesta al alzamiento carapintada. Todos los actores de la transición democrática estuvieron presentes esos días: los militares, el gobierno democrático, una sociedad  movilizada... y Malvinas. Pues el presidente Alfonsín, al hablar a la multitud expectante, pronunció su famoso frase: “Compatriotas, Felices Pascuas. Los hombres amotinados han depuesto su actitud. Como corresponde serán sometidos a la Justicia. Se trata de un conjunto de hombres, algunos de ellos héroes de la guerra de las Malvinas, que tomaron esa posición equivocada y que reiteraron que su intenció no era provocar un golpe de Estado”.[ix]
Allí estuvieron las islas y la guerra, la apelación a un sentimiento popular para “explicar” o “atenuar” la actitud golpista de los sublevados. Sensaciones encontradas, hechos y políticas contradictorias que confunden aún más ante el desconocimiento del pasado, ante la imposibiliad de encontrar elementos para acercarse a él.[x] Por eso la historia argentina reciente arde cuando se la toma para estudiarla o escribirla, agobia con su peso, aplasta con la tristeza que porta. Es una historia signada por la muerte, y sobre todo por la muerte de los jóvenes, la historia de una sociedad que devoró a muchos de sus propios hijos.
“La política se funda en acuerdos más o menos amplios sobre qué olvidar” -sostiene Héctor Schmucler- “La historia de la Argentina en estos veinte años se ha sostenido sobre dos intenciones de olvido, sobre dos silencios: los desaparecidos durante la dictadura de la década de 1970 y la derrota en la guerra de las Malvinas. Desaparecidos y derrota: dos exclusiones, dos olvidos”. Y propone que “no es la verdad histórica lo que intenta olvidarse, sino la responsabilidad de preguntarse por qué el crimen se hizo posible. No lo que ocurrió, sino cómo ocurrió”.[xi] En el caso de la guerra de Malvinas, pienso que el olvido también incluye el cómo. Mientras los crímenes de la dictadura militar han sido ampliamente discutidos y existe un sentido común social más o menos amplio acerca de los mismos, ¿qué es lo que se sabe de la guerra de Malvinas? ¿Qué significa la frase de Schmucler?
“Desaparecidos y derrota: dos exclusiones, dos olvidos”. La analogía es tremenda si pensamos en los miles de argentinos que volvieron de la guerra, jóvenes y vivos, presentes en esta realidad social que no da espacio a su experiencia histórica. Son “desaparecidos”, pues se ignora su experiencia.
Por contraste, se ha rescatado como positivo el hecho de que desde mediados de los noventa se vuelva a discutir la historia política argentina previa al golpe, que además de los crímenes del terrorismo de Estado también comiencen a recordarse y discutirse las experiencias de quienes participaron en las distintas organizaciones políticas y sociales de aquellos años. Como entrevistador, recogiendo los testimonios de muchos de ellos para un archivo, recibí de primera mano muestras de satisfacción, reconocimiento y alegría ante lo que muchos llaman “un mínimo acto de justicia”.
Hoy, a veinte años de la guerra, ¿quién rediscute Malvinas? ¿Quién (re) instala Malvinas? Por supuesto que estas preguntas deberían generar, automáticamente, esta otra: ¿para qué recordar, rediscutir o instalar Malvinas? La respuesta es amplia, tan amplia como la distancia entre mínimos gestos oficiales y sociales en ocasión de la fecha, y las pesadillas recurrentes que asaltan a muchos en camas tan pequeñas y aisladas como los pozos de zorro que defendieron durante los combates de junio de 1982.
Esa distancia,  y el silencio, a veces se rompen por hechos fortuitos pero que revelan la densidad de la cuestión: la elevada cantidad de suicidios entre los veteranos de guerra, por ejemplo, o la mañana en que, en respuesta a un pedido “ de buscar información y material sobre la guerra” de mi parte, un alumno de catorce años trajera las medallas del padre.
El arco inconcluso, entonces, añade un significado más a los posibles: representa un pasado no saldado, no discutido y doloroso, como las vidas arrebatadas, como la ausencia de cuerpos y destinos, como este presente que fue futuro de esas guerras y enfrentamientos, como el golpe que impidió (por ahora) que el arco se cierre.


[i] Samuel Hynes, “Personal narratives and commemoration”, en Jay Winter y Emmanuel Sivan (editors), War and remembrance in the Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1999.
[ii] Una excelente excepción es el texto de Rosana Guber que se reseña en este mismo número.
[iii] Deberían incluirse en este total las muertes por suicidios producidas con posterioridad a la guerra, o aquellas producto de secuelas, pero en el primero de los casos, por ejemplo, sólo se dispone de un cálculo estimado  que los eleva a entre doscientas y trescientas.
[iv] Por ejemplo:  TIMOTHY ASHPLANT, GRAHAM DAWSON and MICHAEL ROPER (editors), The Politics of War Memory and Commemoration, London, Routledge, 2000; MARTIN EVANS and KEN LUNN (editors), War and Memory in the Twentieth Century, Oxford, Berg, 1997; ALISTAIR THOMSON, Anzac Memories. Living with the Legend, Oxford, Oxford University Press, 1994; JAY WINTER and EMMANUEL SIVAN (editors), War and Remembrance in the Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1999.
[v] Ver, al respecto, mi nota en Todo es Historia Nº 404, Marzo de 2001: “Las conmemoraciones del golpe militar de 1976. Memorias de aquel 24”.
[vi] Ver, por ejemplo: ADRIAN GREGORY, The Silence of Memory. Armistice Day 1919-1946, Oxford, Berg, 1994; ALEX KING, Memorials of the Great War in Britain. The Symbolism and Politics of Remembrance, Oxford, Berg, 1998; David Lloyd, Battlefield Tourism. Pilgrimage and the Commemoration of the Great War and Britain, Australia and Canada, 1919-1939, Oxford, Berg, 1998.
[vii] Página 12, 30/3/2001.
[viii] VINCENT BRAMLEY, Viaje al Infierno, Buenos Aires, Planeta, 1994.
[ix] Clarín, 20/4/1987. El subrayado es mío.
[x] Malvinas, por ejemplo, dio la posibilidad de identificar a Alfredo Astiz, miembro de los grupos de tareas de la ESMA, cuando un exiliado en Suecia vio por televisión la imagen de su rendición incondicional en las islas Georgias.
[xi] HÉCTOR SCHMUCLER, “Formas del olvido”. En Confines, Año 1, Nº 1, Buenos Aires, abril de 1995. Pág. 52.